La artista española ofreció el jueves en el estadio ubicado en Villa Crespo la primera de las dos paradas previstas de su gira. Cautivó a la audiencia, dio muestras de su inagotable talento, y brindó un alegato artístico para quienes gusten aventurarse más allá de lo evidente.
Con un escenario despojado de instrumentos y amplificadores, con la sola presencia de ocho bailarines -todos hombres- que jugaron un rol central; y sin caer en el artificio de arsenales lumínicos ni pirotecnia, Rosalía apostó a la interacción entre los cuerpos para expresarse desde lo visual, acaso como reflejo de lo visceral de su música.
Las permanentes paradojas -o tensiones- entre lo natural y lo artificial, lo sutil y lo evidente, la ternura y el espíritu guerrero, la tradición y la modernidad, entre otras ambivalencias que la española pone en juego desde lo sonoro, se presentaron bajo ese ropaje.
En ese contexto, Rosalía fue desplegando en casi dos horas de concierto todo el mundo sonoro contenido en «Motomami», su celebrado último trabajo; como así también de los distintos singles lanzados en los últimos años y los ya clásicos de su disco «El mal querer», de 2018.


