Entre acordes, risas y silencios, en un rincón de Santa Fe, LUGA toma forma. Un espacio creado por la concordiense Lucía Gabriela Escobar, docente, música y gestora cultural, que encontró en la enseñanza un modo de sanar y compartir. Su historia es la de una chica que, con sensibilidad y constancia, transformó su recorrido artístico en un proyecto donde la música se vive como experiencia humana antes que técnica.
“Luga surge de una necesidad de habitar un espacio propio, donde poder encontrarnos con la música desde un lugar más humano”, cuenta. Lo que empezó como un apodo santafesino, uniendo sus dos nombres: Lucía Gabriela – LU – GA, rápidamente se trasformaría en su marca artística. Esa necesidad, nacida casi en silencio, fue tomando cuerpo con los años. Comenzó como una idea íntima y terminó siendo una propuesta pedagógica con alma: un lugar para aprender, pero también para detenerse, escuchar, crear y, sobre todo, sentir.
Lucía nació y creció en Concordia, ciudad que, como ella dice: “te forma en la diversidad y te impulsa a ir por más”. Desde pequeña encontró en la música una manera de expresarse y, con el tiempo, comprendió que ese lenguaje podía ser también un puente entre personas. Se formó, dio clases en distintos espacios, atravesó escenarios y talleres, y en cada experiencia fue reuniendo las piezas que hoy conforman Luga.
“La idea fue corrernos del modelo tradicional. En Luga no se trata solo de aprender a tocar o cantar, sino de conectarse con lo que la música despierta. Buscamos recuperar esa primera emoción, la del sonido que vibra y nos mueve algo adentro”, explica.
El espacio nació en Santa Fe, pero su raíz está en Concordia. En sus palabras afirma que, “mi historia está allá, en mis primeros escenarios, en los ensayos con amigos, en los talleres donde aprendí a escuchar al otro y a mí misma”. Esa identidad, cruzada por lo local y lo colectivo, se refleja en su forma de enseñar: con cercanía, calidez y una profunda conciencia de que la cultura también educa.
Luga funciona hoy como un laboratorio emocional y sonoro, donde conviven la docencia, la creatividad y la introspección. “Cada persona que llega trae algo distinto. No busco moldear músicos, sino acompañar procesos. Que se animen a jugar, a disfrutar y a entender que la música no tiene que doler para ser aprendida.” Reafirmó.
A un año de su creación, el espacio ya dejó huella. Hay quienes se acercan buscando aprender un instrumento, y quienes llegan simplemente para reconectarse con lo que alguna vez los emocionó. En ese sentido, Luga se inscribe dentro de una tendencia cultural más amplia: la de los proyectos que entienden la música como práctica social, como lugar de encuentro y transformación.
Lucía lo resume con una claridad tajante: “Me gusta pensar que enseñar música también es enseñar a escucharse. Y que, de alguna forma, este espacio es una manera de agradecer todo lo que viví. Si con mi historia puedo inspirar a otros concordienses a crear sus propios caminos, entonces el propósito está cumplido.”
Más que una escuela, Luga es una declaración cultural: una apuesta por la sensibilidad, por la educación desde lo emocional, y por una forma de arte que no busca perfección, sino conexión. Desde Santa Fe, Lucía sigue hilando melodías que nacieron en Concordia, recordando que enseñar música también es un modo de volver a casa.