La violencia contra las mujeres, según las Naciones Unidas, es una pandemia que afecta a la mitad de la población mundial. Sus datos indican que hasta el 70 por ciento de las mujeres son víctimas de violencia en algún momento de sus vidas. En los primeros 10 días de este año, igual que en los últimos del anterior, hubo en Argentina un femicidio cada 26 horas.
La definición de las Naciones Unidas es: “Todo acto de violencia de que resulte o pueda resultar un daño físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada”.
Los datos que ha recogido la organización mundial son claros respecto de la importancia del problema, poco visible debido a los prejuicios connaturales al patriarcalismo, que tienden a considerar natural lo que no lo es.
El 38 por ciento de los femicidios en el mundo son cometidos por sus parejas. Es en el ámbito familiar y de pareja donde se produce el mayor número de casos de violencia contra la mujer, ya sea física, sexual o psicológica: el 50 por ciento de los asesinatos de mujeres en el mundo son cometidos por un familiar o compañero sentimental y el 35 por ciento de las mujeres habrían sufrido violencia física o sexual por parte de su
pareja, informó AIM.
Unos 120 millones de niñas de todo el mundo, más de una de cada 10, han sufrido en algún momento violación u otro tipo de relaciones sexuales forzadas.
La trata de personas es una trampa para mujeres y niñas que son objeto de la explotación sexual (4,5 millones de personas en el mundo).
Más de 133 millones de niñas y mujeres han sufrido algún tipo de mutilación genital.
Ser niña es un factor de riesgo, junto con pertenecer a una clase desfavorecida o a una minoría. 250 millones de niñas en el mundo son casadas con menos de 15 años. Son las más vulnerables a la violencia ejercida por el esposo.
El problema es muy antiguo, entronca con las relaciones históricas de poder entre varones y mujeres, en el patriarcalismo que determina una estructura social que implica el dominio del hombre y la minoridad perpetua de las mujeres.
Cada día es menos tolerable, pero hay que hacer más
En todo tiempo hubo mujeres con fuerza suficiente para romper las ataduras sociales y familiares. Dice la historia que Agripina, madre de Nerón, quiso instalar en Roma las costumbres germanas que permitían a las mujeres ser reinas y gobernar, y como sacerdotisas decidir sobre la paz y la guerra y provocar la muerte ritual de los guerreros. El propósito de Agripina era convertirse en emperatriz de Roma, lo que finalmente no consiguió porque antes la venció la locura.
Cuando el capitalismo vio la necesidad y la conveniencia de incorporar a mujeres y niños a la producción, muchas veces los pequeños encadenados a las máquinas en Inglaterra, se despertó la idea de reivindicar derechos, ya que quien produce en condiciones de mercado necesariamente debe recibir algo a cambio. Hasta ese momento, las mujeres trabajaban, pero dentro de sus casas, como animales domésticos, de manera invisible, sin salario ni reconocimiento. Cuando fueron obreras y empleadas, el cambio de condiciones provocó también un cambio de mentalidad.
Aparecieron los feminismos modernos, que desde el siglo XIX y durante el siglo XX pusieron a la luz la situación subalterna de la mujer, que era ampliamente explotada por el capitalismo, tanto como explota los recursos naturales del tercer mundo sin dar nada a cambio de su pérdida irremediable. Por ejemplo, paga la soja según su precio en el mercado sin incluir en el precio la degradación irreversible del suelo. Cuando gracias a la complicidad de los gobiernos consiga extraer hidrocarburos mediante el fracking para llevarlos al primer mundo, no pagará el envenenamiento del agua ni la transformación en desiertos de zonas hoy fértiles.
De la misma manera, el trabajo de las mujeres, aunque rinda igual o más que el de los varones, no se paga igual por razones ajenas a la economía, vinculadas con su milenaria subordinación, que producen al empleador un «plus» al que no quiere renunciar pero crea en las mujeres la conciencia de que están siendo explotadas y necesitan corregir la situación.
La violencia contra las mujeres, sobre todo la doméstica, era una cuestión privada que no se veía aunque estuviera ante los ojos y en la que no había que meterse sin vulnerar costumbres ancestrales.
Hoy la violencia no ha cesado, pero la conciencia ha aumentado de modo que parece cada vez menos tolerable.
Urge tomar medidas de protección que sin embargo no dan todos los resultados esperados porque los encargados de hacerlas cumplir siguen tributarios de la mentalidad patriarcal. Aunque no parezca, en este punto las mujeres son parte del problema porque son las encargadas tradicionales en el patriarcalismo de transmitir a la descendencia los valores sociales fundamentales, los valores patriarcales.
El cambio de ambiente se evidencia por ahora con declaraciones que a la larga pueden tener el efecto de arrinconar en la ilegalidad la violencia contra las mujeres. En 1993 las Naciones Unidas ratificaron la declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer. Esta declaración afirma que esta violencia es un grave atentado contra los derechos humanos de la mujer y de la niña y reconoce “la urgente necesidad de una aplicación universal a la mujer de los derechos y principios relativos a la igualdad, seguridad, libertad, integridad y dignidad de todos los seres humanos”.
Desde que el asunto se mira con otros ojos, las leyes que van apareciendo parten de que la violencia contra la mujer es una manifestación de relaciones de poder históricamente desiguales entre los sexos, que han conducido a la dominación de la mujer y a la discriminación en su contra por parte del hombre e impedido el adelanto pleno de la mujer, y que la violencia contra la mujer es uno de los mecanismos sociales fundamentales por los que se fuerza a la mujer a una situación de subordinación respecto del hombre.
Aparecieron los feminismos modernos, que desde el siglo XIX y durante el siglo XX evidenciaron la situación subalterna de la mujer, que era ampliamente explotada por el capitalismo, tanto como explota los recursos naturales del tercer mundo sin dar nada a cambio de su pérdida irremediable.
De la misma manera, el trabajo de las mujeres, aunque rinda igual o más que el de los varones, no se paga igual por razones ajenas a la economía, vinculadas con su milenaria subordinación, que producían al empleador un “plus” al que no quiere renunciar pero crea en las mujeres la conciencia de que están siendo explotadas y necesitan corregir la situación.
La violencia contra las mujeres, sobre todo la doméstica, era una cuestión privada que no se veía aunque estuviera ante los ojos y en la que no había que meterse sin vulnerar costumbres ancestrales.
Hoy la violencia no ha cesado, pero la conciencia ha aumentado de modo que parece cada vez menos tolerable y urge tomar medidas de protección que sin embargo no dan todos los resultados esperados porque los encargados de hacerlas cumplir siguen tributarios de la mentalidad patriarcal, aunque no parezca sobre todo las mismas mujeres, que son las encargadas en el patriarcalismo de transmitir a la descendencia los valores sociales fundamentales.