Una bocanada de aire fresco: la Camerata de Cuerdas de San Salvador en Magma

Por Bitxi Bidegain  Especial para Concordia 24.

Este sábado 8 de noviembre, se realizó un concierto en la Fundación Magma, ubicado en Alberdi 119, en la ciudad de Concordia. Parecía una noche más en donde entre tanta agenda me había tocado cubrir este evento en particular. Sin embargo, lo que vivenciamos los presentes fue, sin exagerar, una bocanada de aire fresco.

Éramos pocos, es cierto, como suele suceder con muchas propuestas culturales de la ciudad, y al principio eso me molestó. Pensé, una vez más, en todo el esfuerzo que hay detrás de escena: los ensayos, las gestiones, las horas invertidas por cada músico para llegar hasta ese escenario, entre otras que uno nunca se entera. Pero rápidamente cambié la mirada. Lo tomé como lo que terminó siendo: un encuentro íntimo, casi doméstico, donde el arte se vive de cerca, sin distancia ni protocolo, con gusto a hogar.

 

Llegamos y el director de la orquesta estaba ensayando su discurso. Lo hacía con la confianza de quien se sabe entre amigos. Cuando empezó a llegar más gente, sonrió y dijo:
“Lo voy a dejar acá, si no se me quema el speech.” Risas, distensión y la promesa de una noche sincera.

La sala fue llenándose de a poco, con público variado, pero en esencia un poco más de adultos mayores. Cuando el lugar estuvo más poblado para sorpresa, al menos mía, los jóvenes músicos entraron y comenzaron a probar sus instrumentos. Y fue justamente esa escena la que marcó la noche.

En el escenario, los jóvenes estaban concentrados, atentos. Se los apreciaba sumergidos en sus instrumentos, como si cada nota fuera una extensión del cuerpo y como si nosotros, los espectadores, no existiéramos. Eso, en estos tiempos, es una caricia al alma, porque confirma que esta música, de orquesta, de cuerda y partitura, ya no pertenece solo a unos pocos selectos o a un mundo elitista, sino que puede respirarse desde una escena popular, joven y latinoamericana.

Sentada, estratégicamente un poco más atrás, pude detenerme unos segundos a observar al público mayor que contemplaba con una fascinación difícil de describir. Gente que, probablemente, ya ha visto y escuchado de todo. Sin embargo, se dejaban maravillar como quien redescubre el asombro y se encuentra niño otra vez mirando lo simple de la vida, tratando de buscarle una respuesta. Eso era esta música: respuesta simple de la vida misma.

 

Esa conexión generacional fue el verdadero corazón del concierto. En esos minutos, los músicos y el público compartieron el mismo gesto primitivo: maravillarse. Y lo hicieron en un ambiente que parecía suspendido en el tiempo: sin celulares sonando, sin murmullos, sin distracciones. Solo música, silencio y presencia.

Entre pieza y pieza, el director compartía anécdotas, datos, emociones. No desde la solemnidad de un podio, sino desde la cercanía de quien te invita a su casa. Todo se sentía familiar, casi hogareño. El repertorio, centrado en la música latinoamericana y con algunas licencias más nacionales, no solo unió instrumentos, sino también sensibilidades. Porque en cada acorde se filtraba algo profundamente humano: la nostalgia, la alegría y el pulso de una identidad que todavía late en lo cotidiano.

Lo que sucedió en Magma fue un recordatorio de que el arte se sostiene en la pasión de quienes lo hacen posible, aun con poco público, aun con recursos escasos. Con un total de 13 músicos presentes, la orquesta Municipal de San Salvador, nos brindó una invitación a volver a mirar estos espacios, a no darles la espalda. Porque lo que vibró en esa pequeña no necesitó de una multitud para ser considerado una pieza inolvidable.

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